Al igual que en la vida de las personas, las condiciones endógenas y exógenas al sector minero nacional obligan a una revisión de objetivos y metas en un Plan A, a la vez de la necesidad de contar con una alternativa o Plan B siempre latente.
Por Juan Pablo Espínola
En mi vida académica-profesional, contar con un Plan B ha sido recurrentemente necesario y optar por el Plan B reiteradamente obligado, pero al fin y al cabo beneficioso.
De hecho, habiendo nacido, crecido y formado en el AMBA (Área Metropolitana de Buenos Aires), sin buscarlo he vivido y trabajado en la ciudad San Juan (provincia homónima), Río Gallegos (provincia de Santa Cruz), Tandil (provincia de Buenos Aires) y General Roca y Viedma (provincia de Río Negro).
Por otra parte, deseaba cursar ingeniería nuclear, en virtud de lo cual realicé el ingreso a Ingeniería Industrial en la UBA (Universidad de Buenos Aires) pero ya en el primer día me inscribí en la UCA (Universidad Católica Argentina) y adelanté el por entonces Servicio Militar obligatorio, ingresando en la Prefectura Naval Argentina.
A mediados de 1982 rendí examen para el Instituto Balseiro, aprobé pero no estuve entre los 30 mejores promedios, por lo que no fui becado. Para complicar aún más las cosas, transcurrí el 2° semestre con hepatitis, 60 días de reposo y 4 meses adicionales de estricta dieta y actividad.
Como perdería algunas cursadas y me atrasaría 1 año calendario, comencé a estudiar Licenciatura en Investigación Operativa para ampliar mi formación, logrando además adelantar mi graduación universitaria.
Finalmente, en Agosto de 1984, ya recibido en Investigación Operativa y con 2 años más para cursar y finalizar Ingeniería Industrial, comencé una pasantía universitaria en IBM, empresa líder en tecnología informática.
Luego me dediqué a la consultoría económica-financiera, con cierta concentración en la evaluación de empresas y proyectos, pero también sumándome a una calificadora de riesgos de instrumentos de oferta pública.
En 1996 se presentó el primer gran cambio integral, yéndome a vivir al interior y participando de la licitación, la transferencia y la reorganización del Banco San Juan, liderando el área de Riesgo Crediticio.
En 1998 me asignaron a la privatización del Banco Santa Cruz, participando del proceso en su totalidad y con responsabilidad plena sobre la mayoría de las áreas (operaciones, sistemas, comercial, planeamiento, etc.).
La paradoja de esta etapa fue, que pese a las áreas y los cargos que tuve, el esfuerzo, el aporte y el resultado tuvieron más impacto en su productividad por la reingeniería procesal y organizacional aplicadas.
Para ilustrar esta visión cabe señalar que la reorganización y el rediseño fue resuelto usufructuando el conocimiento y la experiencia del plantel antiguo, asistido por pasantes y egresados universitarios.
Pues así llegamos a la Crisis del año 2001, quizá el peor quebranto socio-económico de Argentina, seguramente el mayor demandante y detonante de Planes B. Lo vi y viví así a nivel general y también a nivel personal.
Con cierta inconsciencia nos instalamos en Tandil y vivimos allí entre 2002 y 2005, en parte sobreviviendo y en parte gerenciando una tarjeta de crédito regional no bancaria, con un inesperado gran resultado.
Y así fue como ingresé al mundo minero, dirigiendo la operación de una empresa de minerales industriales para ponerla atractiva para la compra/venta, lo cual se concretó apenas 2 años después.
Pues trabajé con los compradores por 7 años más, para luego ingresar en la función pública dedicándole unos 6 años entre vialidad y minería, capitalizando lo aprendido en la actividad privada y aprendiendo los aspectos institucionales a nivel provincial, nacional e internacional.
Ahora bien, si una persona vive todos estos escenarios y los enfrenta con reconversiones una y otra vez, ¿cuántas veces puede ocurrir a nivel de empresas, gobiernos y país con la variabilidad e incertidumbre que tenemos en Argentina? Bastaría hacer un rápido paneo para recordar los hitos de la historia económica-financiera de los últimos 50 años: Tablita, Plan Austral, Plan Bonex, Convertibilidad, Tequilazo, Plan Primavera, Rodrigazo, etc.
A mi modo de ver, ante la contundencia de nuestra variabilidad y complejidad y las condiciones del contexto internacional, nuestra actividad exige al menos la enunciación de un conjunto de objetivos con sus respectivos grados de satisfacción y plazos de cumplimiento para poder medir y evaluar los logros alcanzados y revisar la vigencia del Plan A en uso vs la necesidad del cambio al Plan B en espera.
Ante esta realidad, de no diseñarse, implementarse y mantenerse esta práctica de planeamiento, las oportunidades de desarrollo que podrían convertirnos en un país minero pasarán de largo por la gran exigencia de tiempos con continuidad y de inversiones de alto riesgo.
* Juan Pablo Espínola cuenta con unos 20 años en el sector minero, cumpliendo roles diversos en la dirección y representación empresaria, la función pública provincial y la asistencia técnica e institucional a empresas, cámaras y organismos. Previamente, con una muy fuerte y completa formación académica más una excelente inserción profesional en la tecnología informática, el mercado financiero y la consultoría económica-financiera, se desarrolló gerencialmente hasta alcanzar niveles sumamente competitivos.